Candás antiguo


Gijón Cimadevilla
La playa de S. Lorenzo
 
Laura González Muñiz


Entre la acción y la calma
abre la lluvia un paréntesis
entre el vivir y el soñar
entre la vida y la muerte. LG
     
 
El mar tranquilo.
La luz del sol se enreda en las olas que se mecen.
Entran raudos los pesqueros rodeados de ávidas gaviotas.
Los montes, siempre firmes,
limitando el enorme mar Cantábrico.
Y al fondo, donde el muelle comienza, la casa de Laura,
levantando acta de todas las mareas. LG


Finales de abril en el puerto de Candás

ACTUALIDAD

   
 
A propósito del
nombre de Laura
  Cuando con 4 o 5 años oía caer la lluvia y el fuerte viento que a través de puertas y ventanas “aullaba” y “gemía” recorriendo velozmente todas las habitaciones de la casa, yo me sentía feliz. Recuerdo nítidamente como, tan pequeña yo, me sentaba en el suelo a oír, a escuchar tranquilamente aquella voz que, sin palabras, me hacía sentir bien. Sus alargados silbidos, sus broncas e intermitentes intensidades de graves y agudas alternancias me introducían en una especie de hipnosis desde la que, ya entonces, intuía el misterio inexplicable del Universo. LG
 

 

 

3 vocales
2 consonantes
1 canción: LAURA
( un mundo en el MUNDO)

 

REFLEXIONES Y RECUERDOS EN TORNO A LA NAVIDAD

 
 

 

Por encima de otras navidades de mi niñez sobresale, y aun conservo intacto el recuerdo, de la que viví cuando era una niña de 9 años.

Por aquel entonces vivía con mis padres y hermana en uno de los pueblos más bellos de la geografía asturiana, San Esteban de Pravia, donde el negro río Nalón, convirtiéndose en ría, mezcla sus aguas con las del mar, desembocando ya unidos en el Cantábrico.

Cuando la “pleamar”, las bravas aguas de este mar invaden la hermosa ría del Nalón , ocasión que los barcos carboneros aprovechaban para entrar en puerto, atracar en el muelle, cargar el carbón y en otra “pleamar” salir rumbo al horizonte verde-azulado del inmenso mar, soltando denso humo por sus chimeneas y emitendo roncos silbidos de despedida.

En el año al que me refiero, al llegar diciembre, en la escuela se repartieron entre las niñas y niños poesías navideñas para ser recitadas en la Misa de Navidad. A mi me tocó una preciosa y larguísima , o así me lo pareció a mi, por lo que me costó memorizarla.

Mi padre era el encargado de oírmela varias veces al día, enseñándome la entonación y las pausas, pero pronto quedó claro que él tenía poca paciencia y que yo no había nacido precisamente para recitadora, pues por más que me esforzaba, el soniquete monocorde con que decía la dichosa poesía navideña no variaba ni mejoraba. Fue un mes fatigoso y desestabilizador en que las relaciones paterno-filiales llegaron a cotas bajísimas.

¡Y llegó la Navidad!. Vinieron mis abuelos a celebrarla con nosotros y toda la familia fuimos a Misa. ¡Por fin llegaba el turno de decir MI poesía!. Subí al altar y comencé a recitar:

San Esteban de Pravia

 

 

  La Virgen y San José iban a una romería,
la Virgen va tan cansada que caminar no podía.
Cuando llegan a Belén toda la gente dormía.
- ¡Abre las puertas, portero, A San José y a María!
- Estas puertas no se abren hasta que amanezca el día.
Se fueron a guarecer a un portalico que había
Y entre la mula y el buey nació el hijo de María
La mul...........................
 

No pude continuar porque unos fuertes aplausos llenaron todo el recinto sagrado y un ¡Muy bien, muy bien! sonó entusiasta entre todas las personas que llenaban la iglesia y que atónitas miraban al excéntrico que aplaudía.

Era mi abuelo que no se cortó ni un ápice y que con los ojos húmedos de emoción, sintiéndose el hombre más feliz de todos los que allí estaban, orgulloso de su nieta, continuaba aplaudiendo.

Mi abuelo, viejo lobo de mar, Patrón de Cabotaje, hacía la difícil ruta de Bayona de Francia a Bayona de Galicia, recibiendo golpes de mar y luchando contra las terribles galernas del Cantábrico que nunca doblegaron su esforzado ánimo. Pero aquel avezado marino se emocionó como un niño ante aquella pequeña recitadora que era su nieta.

El levantó mi auto-estima con sus aplausos haciéndome la niña más feliz del mundo. Su gesto de apoyo, su entusiasmo y amor es un recuerdo que revivo todas las Navidades de mi vida.

El paso del tiempo no ha podido borrar de mi memoria ni de mi corazón la sonrisa de felicidad de aquel espontáneo admirador. En momentos de desánimo oigo el eco de aquellos aplausos tan oportunos que siempre me hacen sonreír y calientan mi corazón.

¡Gracias, querido abuelo!


 

 

  Vuelvo a recordar otras Navidades de mi vida. La melancolía acompaña tantos recuerdos felices ya archivados, que no olvidados. Todos mis seres queridos “se han ido ya por el cielo camino de la isla de Nunca Jamás”. Pero estas Navidades están llegando, debo preparar mi espíritu y alegrar mi corazón para celebrarlas con mis hijos y mis nietos transmitiéndoles el amor, la alegría, la esperanza y el acogimiento que en mi niñez yo recibí. LG